sábado, 17 de mayo de 2025


Evolución.   




Es fascinante cómo la capacidad humana ha llegado a superar sus propios límites. Durante mucho tiempo, vivimos creyendo que solo existía un único camino, que todo debía seguir un orden preestablecido, como si nuestras vidas fueran rieles fijos que no podemos abandonar. Pero, ¿qué pasa cuando, en medio del recorrido, nos encontramos con un muro gigante? Un límite invisible que nos detiene, que nos hace creer que el trayecto termina allí. Nos convencemos de que no hay más allá, cuando en realidad, ese muro es sólo una ilusión, una frontera creada por nuestras propias creencias.

Las creencias limitantes son como raíces profundas que nos sujetan al suelo, impidiéndonos extender nuestras alas. Son los barrotes de una jaula cuyas llaves siempre han estado en nuestras manos, aunque no nos atrevamos a girarlas. Pero la vida, con su infinita sabiduría, nos presenta desafíos no para encerrarnos, sino para mostrarnos que podemos trascenderlos. Cada obstáculo es como una puerta que se abre solo cuando nos atrevemos a tocarla.

A través de las experiencias y situaciones que enfrentamos, nuestra mente tiene la oportunidad de romper sus propios muros. Se siente como un barco que zarpa hacia aguas desconocidas, con la incertidumbre de no saber qué habrá más allá del horizonte. Al principio, el miedo nos dice que nos quedemos en la orilla, donde todo es predecible, donde el oleaje no nos sacude. Pero la verdadera evolución ocurre cuando nos atrevemos a soltar las amarras y navegar mar adentro, descubriendo que el océano de posibilidades es más vasto de lo que imaginábamos.

Así veo los vínculos humanos: no como estructuras rígidas, sino como paisajes cambiantes, como caminos de montaña que nos exigen atravesar niebla, ascender pendientes y desafiar la altura para llegar a vistas panorámicas que jamás habríamos imaginado. Amar, confiar, compartir nuestro mundo interno con alguien más es como construir un puente entre dos islas: requiere paciencia, valentía y la disposición de cruzar, aun cuando el otro lado parezca incierto.

Pero claro, no es un sendero fácil. Requiere voluntad, la capacidad de mirarnos en el espejo sin máscaras y la determinación de desmontar pieza por pieza las murallas que nos limitan. Es un proceso similar al de un escultor frente a un bloque de mármol: al principio, solo vemos una piedra sin forma, pero con cada golpe de cincel, con cada pedazo que cae, la verdadera obra de arte comienza a revelarse.

Así que, de ahora en adelante, cuando te encuentres frente a un obstáculo, no lo veas como un callejón sin salida. Míralo como una puerta esperando a ser abierta, como una montaña que desafía tu resistencia, como un mar desconocido que te invita a navegar. Porque detrás de todo eso, hay un universo entero esperándonos, lleno de estrellas que antes no podíamos ver.


Cargeris Soul

 

Sigo creyendo


Sigo creyendo en el amor. Sigo creyendo en las personas valientes que, con determinación, se atreven a derribar sus propios miedos, esos que durante años han construido como murallas alrededor de su corazón. Creo en los que se abren al riesgo de sentir, en los que se permiten amar y ser amados, aun sabiendo que el amor es tan poderoso como frágil, tan gratificante como impredecible. Creo en quienes tienen el coraje de entregar su tesoro más preciado: su vulnerabilidad, ese acto tan puro y auténtico que ilumina lo más íntimo de su ser.

Sigo creyendo en quienes comprenden la delicada danza entre la libertad y el respeto, en quienes entienden que ser libres no significa actuar sin consideración, sino construir relaciones desde el cuidado, el entendimiento y el compromiso. Creo en los que saben de libertades verdaderas, esas que permiten a cada individuo ser y crecer, y en quienes abrazan las diferencias sin temor, encontrando en ellas nuevas formas de amar y conectar.

También sigo confiando en la consciencia de muchos, en la capacidad de apreciar y valorar las oportunidades que se nos presentan hoy, incluso en medio de la incertidumbre. Creo en aquellos que, pese al caos y lo impredecible de la vida, encuentran momentos para construir un mañana con paciencia y dedicación, piedra por piedra, aun cuando no hay garantías. Porque, ¿acaso no es esa la esencia del amor? Amar desde lo desconocido, apostar por lo incierto, sabiendo que el amor nunca viene con certezas, pero sí con la promesa de transformación.

No hay base más sólida para una persona que atreverse a conocer su propio corazón. Ese viaje hacia adentro, tan desafiante como revelador, es el que nos enseña a amarnos primero a nosotros mismos, con todas nuestras luces y sombras. En el silencio del alma, cuando las máscaras caen y nos enfrentamos a lo que realmente somos, encontramos la verdadera fortaleza que nos permite sostener el amor, tanto hacia nosotros como hacia los demás.

Sigo creyendo en aquellos que descubren su propia mente, que revisan sus valores y principios no como reglas rígidas, sino como un faro que guía su camino. En ese proceso, cada paso hacia el autoconocimiento se convierte en un ensayo para el amor. Es un vals que bailamos con el alma: un equilibrio delicado entre sostenernos firmes y dejarnos llevar, entre el dar y recibir, entre la entrega y la preservación de quienes somos.

Y sigo creyendo, porque el amor, en su esencia, no es solo un sentimiento; es una decisión consciente de abrirnos al otro, de construir puentes donde otros ven muros, de sostenernos incluso en medio de la incertidumbre. El amor es, al final del día, la fuerza que nos mueve, el lenguaje universal que nos conecta y nos enseña, una y otra vez, que lo más grande que podemos ofrecer es nuestra autenticidad.


Cargeris Soul

 

Conocer mundos.            


Cada cabeza es un mundo, dicen por ahí. Pero, ¿cómo conocemos esos nuevos mundos si los bloqueamos? Entiendo que las heridas pasadas, las inseguridades y las dudas nos llevan a veces a cubrir con capas eso que es nuestro verdadero ser. Sin embargo, también soy fiel creyente de que esas capas pueden ser derribadas. ¿No crees que no hay acto más valiente que abrir el corazón al mundo? Exponer tu mundo interno puede ser un viaje lleno de sorpresas, una aventura en la que cada paso revela algo nuevo y maravilloso.

Cada capa de concreto que levantamos sobre nuestras emociones es una barrera que nos protege del dolor, pero también nos aísla de la posibilidad de la alegría y la conexión genuina. Estas capas pueden ser tan densas y resistentes como el más duro de los muros, construidos con el cemento de experiencias dolorosas y el acero de los miedos no confesados. Pero, ¿y si comenzamos a ver esas capas no como una protección, sino como una prisión?

Derribar estas barreras no es tarea fácil. Requiere valentía y un compromiso profundo con la autenticidad. Es un proceso que puede ser aterrador y doloroso, pero también increíblemente liberador. Cuando comenzamos a quitar las capas, nos enfrentamos a la vulnerabilidad, a la exposición de nuestras partes más delicadas y auténticas.

¿Alguna vez has sentido el peso de esas capas, esa presión constante que te impide respirar con libertad? Es un peso que puede aplastar nuestros sueños y apagar nuestra luz interior. Pero al mismo tiempo, ¿has sentido la liberación que viene con el acto de ser vulnerable, de mostrar tu verdadero ser al mundo? Es un acto de coraje que desafía todas las barreras internas y externas.

El acto de abrir nuestro corazón al mundo es quizás el acto más valiente que podemos realizar. Es una invitación a los demás a entrar en nuestro mundo, a vernos en nuestra forma más pura y sin adornos. Es un riesgo, quizás, pero un riesgo que vale la pena tomar. Porque en esa apertura, en esa exposición, descubrimos la verdadera esencia de la conexión humana.

Exponer tu mundo interno puede ser un viaje lleno de sorpresas, de descubrimientos inesperados. Cada emoción compartida, cada sentimiento expuesto, es una puerta abierta hacia un nuevo entendimiento, hacia una conexión más profunda. Es un viaje que nos enseña que la verdadera fortaleza no reside en la impenetrabilidad, sino en la capacidad de ser abierto y receptivo, de aceptar tanto la alegría como el dolor con el mismo corazón abierto.

Así que, ¿por qué no atrevernos a derribar esas capas? ¿Por qué no permitirnos la experiencia de ser verdaderamente vistos y comprendidos? Al final del día, cada capa que derribamos nos acerca más a nosotros mismos y a los demás, nos permite vivir una vida más plena y auténtica. Y en ese proceso, descubrimos que no estamos solos en nuestras luchas y que, al abrir nuestro corazón, encontramos el poder transformador del amor y la comprensión.


 La cobardía de Amar.

Vengo de las cenizas, como el ave fénix, recogiendo los pedazos, emergiendo de la total reconstrucción. En mi corazón no hay otra alternativa más que seguir amando, porque eso somos, eso anhelamos. Por eso me he rehecho durante tanto tiempo; estuve en una incubadora, recuperándome, aprendiendo, perdonando. Mi mente, en este viaje, ha sido simultáneamente mi mejor amiga y mi peor verdugo. Sin embargo, impulsada por un deseo vehemente de avanzar, me he atrevido a navegar las aguas profundas del subconsciente para entenderme, para ver con claridad. Sólo así he conseguido traer un pedazo del cielo a mi vida; sólo así se han alineado mi mente y corazón en el deseo genuino y claro de amar.

No comprendo la cobardía para amar, la debilidad ante lo angustiante, el alejamiento de lo que era posible sanar. Me resulta ajeno el rechazo a avanzar, la negación de sentir. Parece que estamos tan acostumbrados a huir del dolor, a tomar una medicina que en minutos nos alivie el malestar, que olvidamos el arte de construir, de sentir gradualmente, de superar obstáculos paso a paso.

Hemos dejado de lado el proceso de cultivar y regar las semillas que mañana darán sus frutos. En lugar de enfrentar nuestros temores, elegimos el camino de menor resistencia, pero no sin coste. La verdadera fortaleza reside no en la evitación, sino en la confrontación valiente de nuestras batallas internas, en la capacidad de mirar dentro de nuestras propias ruinas y decidir reconstruir, piedra por piedra.

Cada paso en mi camino de sanación ha sido una oportunidad para crecer, para redescubrir el amor no solo hacia los demás, sino también hacia mí misma. Cada momento de introspección ha sido un paso hacia la aceptación de que, aunque el amor conlleva riesgos, es también la fuente más profunda de nuestra humanidad.

El amor nos desafía a ser más de lo que creíamos posible. Nos pide que bajemos nuestras defensas, que nos mostremos vulnerables, que nos arriesguemos a ser heridos porque el premio—una conexión genuina y profunda—vale infinitamente más que el precio del dolor temporal. Así, el acto de amar se convierte no en un acto de cobardía, sino en uno de coraje, un testimonio audaz de nuestra resiliencia y nuestra capacidad inquebrantable de esperanza.

Así que aquí estoy, renacida de las cenizas de mi antiguo yo, con una perspectiva nueva, un corazón dispuesto a amar sin reservas y una mente que, finalmente, entiende que en la fragilidad de nuestros momentos más oscuros se encuentran las semillas de nuestra mayor fuerza.


 

El amor...

Pero, ¿qué es el amor, si no un sinfín de sentimientos y emociones distintos entre sí, girando alrededor de un mismo eje? Ese eje, en ocasiones, eres tú, en otras, soy yo. Para mí, el amor ha sido el cúmulo de experiencias intensas condensadas en una línea de tiempo que parece desafiar la lógica de los relojes y calendarios.

He recorrido esos distintos niveles del amor, cada uno fluctuando con su propia intensidad y matiz. En algunos momentos, el amor ha sido como un océano en calma, sereno y acogedor, un refugio donde los latidos del corazón encuentran su eco en el suave movimiento de las olas. En otros, se ha transformado en una tormenta feroz, con olas que se elevan hacia el cielo, desafiando la tranquilidad de mi ser, agitando todo a su paso.

El amor, en su esencia más pura, es un maestro exigente que me ha llevado por caminos de alegría desbordante, pero también me ha guiado por senderos de tristeza y melancolía, cargado de reflexiones y aprendizajes dolorosos pero necesarios.

¿Alguna vez has sentido cómo el amor te transforma? Cómo te lleva desde la euforia del primer encuentro, a través de la profunda conexión del entendimiento mutuo, hasta la aceptación serena de los defectos y diferencias. El amor es ese viaje desde la superficie brillante y atractiva, hacia las profundidades oscuras y ricas en misterios.

En mi viaje personal, el amor ha sido un espejo en el que me he visto reflejado en todas mis formas: en mis momentos de fortaleza y en aquellos de vulnerabilidad. Ha sido una fuerza que me ha empujado a explorar los rincones de mi alma, descubriendo facetas de mí misma que desconocía.

Y en esta exploración, he aprendido que el amor no es una entidad estática, sino un río que fluye, cambiante y vivo, es la búsqueda constante del equilibrio entre dar y recibir, entre compartir y preservar, entre fusionarse y mantener la individualidad. Es un baile entre dos almas, a veces sincronizado, a veces discordante, pero siempre, de alguna manera, hermosamente complejo.

Y así, mientras continúo recorriendo los distintos niveles de este amor, sé que cada experiencia, cada emoción, es una pieza vital en el mosaico de mi vida. El amor, en todas sus formas, es la música de fondo que acompaña cada paso de mi danza a través del tiempo.

Compañía:


Aquí estoy hoy, en presencia total, con un mar de miedos e inseguridades que me pertenecen solo a mí. Pero aquí, a tu lado, permanezco firme. No busco en ti a un salvador; he aprendido, a través de tormentas y calmas, que tengo la fuerza para navegar mis propias aguas. Yo tampoco seré tu sanadora. Estaré contigo, sí, caminando a tu lado mientras descubres y exploras tu propio potencial increíble. No puedo elegir por ti, no puedo caminar tus pasos, pero estaré allí, como testigo, como compañera, como amiga.

Te daré un abrazo cuando sientas que tus piernas flaquean, cuando el mundo parezca demasiado pesado y tus hombros demasiado débiles. Te prestaré un pañuelo para que limpies tus lágrimas, no como quien limpia las heridas para ti, sino como quien te recuerda que está bien llorar, que está bien sentir. Te susurraré palabras de aliento cuando te encuentres en la duda, recordándote la luz que reside en tu interior.

Pero no seré tu sanadora, tu mamá o terapeuta. Seré la que camina a tu lado, no para llevarte, sino para acompañarte. Seré con quien puedas reír en tu más pura expresión de alegría, esa risa que nace del vientre y se expande hasta iluminar el rostro. Seré quien te inspire simplemente siendo quien soy, sin máscaras, sin pretensiones.

Seré esa persona que se atreve a verte en pedazos, no para repararte, sino para mostrarte que incluso en la fragmentación hay belleza, hay potencial para la reconstrucción. Seré quien te muestre mi vulnerabilidad y mis fantasmas, no como una carga, sino como un puente hacia la comprensión mutua, hacia la conexión auténtica.

Juntos, enfrentaremos caminos llenos de rocas y montañas. Estaré a tu lado, tomándote de la mano, no para guiarte, sino para mostrarte que, incluso en los obstáculos, hay belleza por descubrir. Te señalaré el cielo hermoso sobre nosotros, la flor solitaria que crece en la grieta de un camino rocoso, la brisa que lleva el aroma del mar. Todo esto, como un recordatorio de que la vida, en su complejidad, es un tapiz de momentos, de sensaciones, de experiencias compartidas.

Yo seré esa compañía. La que no promete soluciones, sino presencia. La que no ofrece respuestas, sino espacio para las preguntas. La que, en cada paso, cada risa, cada lágrima, cada silencio, estará allí, simplemente siendo, simplemente compartiendo el viaje.

¿Serás mi compañía?.

 

Y la vida, de repente, comenzó a sonreír.


Las melodías que antes me parecían distantes y apagadas, ahora resonaban con una claridad que acariciaba el alma. Todo a mi alrededor empezó a iluminarse, como si cada elemento de mi mundo hubiera sido tocado por una luz renovada. De repente, cada momento comenzó a moverse al ritmo de esta danza de la vida; una sinfonía que hablaba de un universo en armonía, este es mi universo.

Los espejos de mi existencia, antes opacos y distantes, se transformaron. ¿Alguna vez has mirado en un espejo y has visto no sólo tu reflejo, sino la historia de tu ser? Esos espejos, antes nublados por la duda y la rutina, ahora brillaban con una verdad implacable. Reflejaban no sólo mi rostro, sino que podía ver la profundidad de mi alma, revelando capas y matices que antes ignoraba.

Esta transformación trajo consigo una cascada de emociones. Hubo momentos de miedo intenso, como el primer paso en un abismo desconocido. Pero también hubo un alivio abrumador, como si hubiera estado sosteniendo un aliento durante años, y finalmente lo dejara ir. ¿Te has encontrado alguna vez en el borde de tal revelación, temeroso pero incapaz de dar marcha atrás?

En esta nueva claridad, encontré una paz que antes me era desconocida. Era una calma que iba más allá de la simple ausencia de conflicto; era una aceptación profunda de la vida en todas sus formas. Cada sorbo de mi mañana se convirtió en un recordatorio de este cambio. ¿Has sentido alguna vez cómo una simple rutina diaria se transforma en un ritual de gratitud y presencia?

Y así, con cada amanecer, me encontraba saboreando este café de la existencia. No sólo disfrutaba de su sabor, sino que también reflexionaba sobre los cambios en mi vida. Cada sorbo era una mezcla de nostalgia por lo que había sido y excitación por lo que estaba por venir.

La vida se ha convertido en una sinfonía de experiencias, donde cada nota aporta a la música de mi existencia. Y me pregunto, ¿alguna vez has sentido que la vida comienza a cantar una nueva canción para ti, invitándote a un baile de posibilidades ilimitadas?.

 

Hace 1 año...


Y hace un año, comencé a ver mis alas. No eran meras extensiones de mi ser, sino manifestaciones de un espíritu que anhelaba volar, explorar, ser libre. Empecé a contemplar su magnitud, su belleza, cómo habían crecido en silencio y sin ser notadas. Hace un año, ya era consciente de que todo sería diferente. Mi corazón, con una voz más fuerte que cualquier grito, me urgía a tomar otro camino. Me pedía moverme, era una sensación arrolladora en mi pecho, un clamor que exigía atención, que requería ser escuchado y comprendido. Eran gritos que resonaban únicamente para mí, en el silencio de mi habitación, en la profundidad de la madrugada.

Mi corazón hablaba de liberación, de derrumbar las capas que había construido a lo largo de los años. Me instaba a romper la burbuja en la que me había refugiado, a confiar en el proceso, asegurándome que todo sería mejor. Pero, el miedo a escucharlo era palpable, como una sombra que se cierne en la oscuridad de la incertidumbre. Mentalmente, me llenaba de excusas, intentando acallar esa voz interna.

Sin embargo, mi corazón resiliente demostró una paciencia inquebrantable. Sabía, con la sabiduría que solo el tiempo y la experiencia otorgan, que poco a poco estaba atendiendo su llamado. Un llamado que no solo venía de él, sino que era un eco de mi alma, una invitación a avanzar, a evolucionar, a dejar ese espacio que ya no era mío.

¿Has sentido alguna vez ese tirón en el alma, esa voz interna que te empuja hacia lo desconocido? Es una voz que no se conforma con lo seguro, que desafía el status quo, que busca más allá de los límites impuestos. Es la voz de la evolución, del crecimiento, del cambio inminente.

Así, con cada día que pasaba, mi resistencia comenzaba a desmoronarse. Comencé a entender que estas alas no eran una carga, sino un regalo; no un desafío, sino una oportunidad. Una oportunidad de volar hacia nuevos horizontes, de descubrir paisajes inexplorados de mi propio ser, de abrazar plenamente la libertad que siempre había sido mía, pero que había temido aceptar.

Y en ese proceso de aceptación, de escucha, de liberación, encontré una fortaleza desconocida. Una fortaleza que me permitía no solo enfrentar mis miedos, sino también acogerlos como parte de mi viaje. Porque cada miedo superado era un paso más hacia el cielo, un batir de alas más fuerte, un vuelo más alto y más cerca de la verdadera esencia de quien soy, a conectar con el amor verdadero.

Ahora, miro hacia atrás y veo el camino recorrido, no con arrepentimiento, sino con gratitud. Porque cada paso, cada duda, cada miedo, fue necesario para que estas alas se desplegaran en su total magnitud. Y mientras sigo volando, sigo aprendiendo, sigo evolucionando, sé que este es solo el comienzo de un viaje sin fin, un viaje de descubrimiento, de amor propio, de libertad infinita.

 

Y todo comenzó así...


Mucho tiempo anduve divagando con firmeza, asegurando que lo tangible era lo creíble. La vida, en su sabia danza, se encargaba de mostrarme espejos en donde tenía que verme. Los ignoré, esos reflejos fugaces en charcos de lluvia, en ventanas empañadas por el aliento de la mañana, en los ojos de los otros que me hablaban sin palabras.

Hasta que una fuerza interna, hizo que volteara la mirada. Y ahí, en ese giro sutil pero trascendental, todo cambió. Los espejos ya no eran meras superficies; se convirtieron en portales, en maestros silenciosos que me enseñaban el arte de mirar más allá de la piel, más allá de los huesos, hacia un alma que danzaba con la luz y la sombra.

¿Alguna vez has sentido ese llamado, esa necesidad imperiosa de mirar hacia dentro, más allá de lo que tus ojos físicos pueden ver? Es un viaje que comienza en un suspiro, en el reconocimiento de que lo que creemos conocer, y esto es solo la superficie de un océano inmenso y misterioso.

Desde ese momento, las verdades que una vez me parecieron sólidas como rocas comenzaron a disolverse, como sal en el agua. Me encontré flotando, liberada de las viejas creencias, pero también desorientada en esta nueva inmensidad. ¿Has estado allí, en ese punto de no retorno, donde lo viejo ya no te sostiene y lo nuevo aún no se ha revelado?

Y así, en medio de la incertidumbre, encontré una nueva forma de ser, una que abraza tanto la luz como la oscuridad, reconociendo que cada una tiene su belleza, su propósito.

En este viaje hacia lo desconocido, me he encontrado a mí misma, y cada día es una nueva oportunidad para explorar, para aprender, para crecer.