El verdadero refugio.
Hay días en los que el alma se siente como una casa sin puertas.
Días en los que lo externo no alcanza.
Lo que antes calmaba, ya no calma.
Las voces queridas se apagan.
Los abrazos llegan tarde.
Y uno queda ahí… en el centro del ruido, preguntándose:
¿a dónde voy cuando todo duele?
Durante mucho tiempo, busqué refugios.
Personas que me abrazaran como si su abrazo fuera una muralla protectora.
Lugares que me devolvieran la sensación de estar a salvo.
Rituales, palabras, canciones… como mantas para cubrir el frío emocional.
Y funcionaron. Por un rato.
Pero como todo lo externo, eran frágiles.
Hasta que un día me quedé sin nada de eso.
Y en ese silencio incómodo y profundo, escuché algo distinto.
Era como una grieta abriéndose en la piedra.
Pequeña. Pero viva.
Era mi voz.
Esa que había ignorado tanto tiempo.
Esa que no gritaba, que no pedía… solo estaba.
Esperando.
Y ahí, en esa pausa que al principio dolía como una despedida, empecé a darme cuenta de algo:
yo también podía ser mi refugio.
No un refugio perfecto.
No uno sin grietas.
Sino uno real, íntimo, imperfectamente humano.
Una habitación dentro de mí donde poder quedarme sin explicaciones, sin exigencias.
Sin tener que ser fuerte, ni tener todas las respuestas.
Fue entonces cuando entendí que el refugio más profundo no está en lo que me rodea, sino en cómo me habito cuando lo de afuera se desmorona.
Desde entonces, he aprendido a regresar a mí cada vez que algo se tambalea.
A sostenerme en palabras que nacen de lo vivido.
A convertirme en mi propia pausa.
En mi templo.
En mi hogar.
Y si hoy estás leyendo esto sintiendo que también estás buscando un lugar donde quedarte…
Te digo que tal vez no sea afuera, y tal vez no tengas que ir tan lejos.
A veces, el refugio que tanto anhelamos, es el que está justo detrás del silencio. Ese que empieza cuando te sientas, respiras profundo, y al fin… te escuchas.
Cargeris Soul
No hay comentarios:
Publicar un comentario